Chupaderas, humedales, aguajales, pantanos y varillales. Las semejanzas y las diferencias entre estos ecosistemas, esenciales para las comunidades amazónicas, y para todos los que vivimos lejos de la selva
En la selva los conocen como “chupaderas”. Aunque los científicos e investigadores preferimos el término internacional, turbera, el nombre local no es exagerado: cuando uno camina por estos humedales amazónicos, además de lidiar con el agua y los insectos, tiene que hacer grandes esfuerzos para no perder sus botas en el suelo fangoso.
Su fama, quizá por eso, no es la mejor. Pero estos humedales, además de estar saturados de agua casi todo el año, son capaces de almacenar grandes cantidades de materia orgánica parcialmente descompuesta en el suelo —una sustancia conocida como turba—. Aún así, no todos son iguales. En la Amazonía, por ejemplo, hasta el momento se han identificado tres tipos de humedales capaces de acumular turba: los aguajales, los pantanos abiertos y los varillales hidromórficos (Draper et al., 2014).
En los últimos años, como investigadora del Instituto de Investigaciones de la Amazonía Peruana (IIAP), he estudiado varios de estos ecosistemas. Hace doce años, por ejemplo, comencé a realizar inventarios florísticos —junto al técnico de campo Jimmy Vega y la tesista Massiel Corrales— de los humedales de Loreto. Antes de empezar el registro, exploramos varios aguajales y bosques inundados estacionalmente en el distrito Jenaro Herrera y la Reserva Nacional Pacaya Samiria. Finalmente, establecimos nuestra primera parcela forestal en un aguajal de la laguna Yanallpa (hoy tenemos 69, en distintos lugares de la región).
El trabajo allí fue muy duro: pasábamos días enteros mojados, caminando en el agua y tolerando sanguijuelas y anguilas, animales que normalmente no se ven en los bosques de altura. Sin embargo, el hallazgo de la turba (Lähteenoja et al., 2009) le dio relevancia a los estudios, y nos permitió ayudar a diferenciar los distintos tipos de vegetación; además de elaborar, más tarde, el primer mapa de turberas de Loreto —publicado en 2014—, donde detallamos la extensión de estos ecosistemas.
Así descubrimos, por ejemplo, que las turberas más extensas del Perú son los aguajales: cubren 5,5 millones de hectáreas del territorio nacional y el 97 % de ellas se encuentra en el departamento de Loreto. Estas áreas, además de acumular turba, resultan muy fértiles para las palmeras de aguaje (Mauritia flexuosa), un árbol muy valorado en la región, cuyos frutos son importantes dentro de la alimentación de las comunidades y algunas de ellas, además, los comercializan en mercados locales y regionales. Jenaro Herrera, la comunidad de nuestra primera parcela de estudio, es una de ellas. Allí, junto a Lourdes Falen, después de entrevistar a 35 pobladores para una investigación sobre las técnicas de cosecha, tuve la gratificación de descubrir que algunos de sus pobladores hacen uso sostenible de los recursos e incluso cultivan la palmera de aguaje en predios y huertas aledañas al centro poblado (Falen & Honorio, 2017).
Las segundas turberas más frecuentes de Loreto son los varillales hidromórficos. Estos ecosistemas cubren apenas 368.600 hectáreas, pero son los que tienen mayor concentración de carbono de la cuenca: en el río Tigre, por ejemplo, algunos superan los siete metros de profundidad de turba (Lähteenoja & Page, 2011). Estos espacios son la sucesión tardía de un aguajal (Kelly et al., 2017) y están dominados por especies arbóreas como la punga de aguajal (Pachira nitida), la shiringa (Hevea guianensis), una especie recientemente descrita para la ciencia (Platycarpum loretense) y, en mucho menor medida, la palmera de aguaje.
Los pantanos abiertos, por último, abarcan más de 418 mil hectáreas de Loreto. Estos ecosistemas suelen estar relacionados a antiguas lagunas. Allí, la vegetación de pantano empieza a colonizar el área y, con el tiempo, da inicio al pantano. Estas áreas tienen distintas especies herbáceas con algunos islotes con diferentes árboles y algunos aguajes dispersos.
Más allá de esas diferencias, las turberas amazónicas tienen algo en común: ofrecen diversos beneficios, entre los investigadores y conservacionistas, estos son conocidos como servicios ecosistémicos. Dentro de ellos, destacan el almacenamiento de carbono, la regulación del flujo hídrico, y una mejora en la calidad del agua —trabajan como filtros naturales—. Estos espacios naturales, además, son fundamentales para las poblaciones de la zona, pues son el refugio de diversas especies de fauna silvestre —buscadas por los cazadores de subsistencia— y proporcionan productos no maderables, como fibras y frutos, entre ellos el aguaje.
Su valor, sin embargo, no se restringe a un tema económico o ecológico. También son esenciales dentro de la cultura de muchas comunidades. El pueblo urarina, por ejemplo, se asienta en los humedales de la cuenca del río Chambira. Los habitantes de este lugar conocen muy bien las diferencias entre los humedales, saben qué árboles y plantas crecen allí y cuáles son los animales que se refugian en estos espacios. Además, tienen a algunas de las tejedoras más hábiles de la región, ellas transmiten sus conocimientos de generación en generación solo entre mujeres. Son reconocidas a nivel nacional por sus ela o cachiguango, un tejido tradicional elaborado con las hojas jóvenes del aguaje (Brañas et al., 2019).
A pesar de estos beneficios, las turberas amazónicas son espacios muy amenazados. El desarrollo de nueva infraestructura —como carreteras e hidrovías— junto a la expansión de los cultivos de la palma aceitera y arroz ha puesto en peligro a muchas de ellas. Otro aspecto que debe ser observado con atención es la creciente demanda de aguaje. Es necesario garantizar que la cosecha sea realizada de manera sostenible, sin matar a la planta madre para evitar trepar hasta sus frutos.
La destrucción de estas áreas naturales es extremadamente crítica: en el proceso, se libera el carbono almacenado en la turba, algo que aumenta la cantidad de gases de efecto invernadero de la atmósfera y acelera el calentamiento global. Por eso, la conservación y manejo sostenible de estos espacios es esencial para seguir disfrutando del bienestar que nos ofrecen.
Después de doce años, mi entusiasmo a la hora de hablar de humedales, se replica en los distintos investigadores del IIAP, los más especializados en turberas amazónicas. Ese interés es el motor que nos ha llevado a trabajar por la conservación de estos ecosistemas, en beneficio de las poblaciones de la región.
Referencias
Brañas, M. M. (2019). Urarina: Identidad y memoria en la cuenca del río Chambira. Iquitos, Perú: Instituto de Investigaciones de la Amazonía Peruana.
Draper, F. et al. 2014. The distribution and amount of carbon in the largest peatland complex in Amazonia. Environmental Research Letters, 9: 124017.
Falen, L. & Honorio, E. 2017. Evaluación de las técnicas de aprovechamiento de frutos de aguaje (Mauritia flexuosa Lf) en el distrito de Jenaro Herrera, Loreto, Perú. Folia Amazónica, 27: 131-150.
Kelly, T. et al. 2017. The vegetation history of an Amazonian domed peatland. Palaeogeography, Palaeoclimatology, Palaeoecology, 468: 129-141.
Lähteenoja, O. et al. 2009. Amazonian peatlands: an ignored C sink and potential source. Global Change Biology, 15: 2311-2320.
Lähteenoja, O. & Page, S. 2011. High diversity of tropical peatland ecosystem types in the Pastaza‐Marañón basin, Peruvian Amazonia. Journal of Geophysical Research: Biogeosciences, 116, G02025.